Roberto Obregón pertenece a esa generación de artistas venezolanos de avanzada, incómodos e irreverentes, que nacidos hacia mediados del pasado siglo (durante la década de los años cuarenta y principios de la de los cincuenta), desarrollaron un trabajo creador que se proponía como alternativa y respuesta a los lenguajes precursores de la modernidad y la contemporaneidad como la nueva figuración, la pintura informalista, la abstracción pura o geométrica y el cinetismo. Innovadores que si bien estuvieron activos en los años 70 y 80 no fueron comprendidos ni tomados en cuenta de manera correcta en ese momento esencial de nuestro arte, pero que actualmente son objeto de ‘redescubrimiento’, estudio y revisión con notorio reconocimiento y presencia tanto a nivel nacional como internacional. Además de Obregón, debemos mencionar a Diego Barboza, Sigfredo Chacón, Eugenio Espinoza, Héctor Fuenmayor, Víctor Lucena, Rolando Peña, Claudio Perna, Antonieta Sosa, Pedro Terán, Alfred Wenemoser, Yeni y Nan, Carlos Zerpa, entre otros pocos, que hace unas cuatro décadas, siendo muy jóvenes, activaron un arte de vanguardia que hoy es historia.

Ariel Jiménez reflexiona sobre la obra del artista: “Desde los tempranos años setenta hasta su muerte en el 2003, Roberto Obregón desarrolló una obra obsesivamente centrada en el recurso simbólico de la rosa. Trabajó y vivió siempre al límite; entre la necesidad de compensar sus profundos dolores personales y la voluntad de crear símbolos universalmente compartidos; entre los recursos “secos” y metódicos de un formalismo “conceptual” y las herramientas discursivas y casi herméticas de un arte de claro origen literario. La disección metódica de la rosa fue su principal herramienta de lenguaje; con ella abordó la naturaleza cíclica del tiempo (de evidente inspiración Borgeana), en sus ciclos hidrológicos de 1975-78, y dramas planetarios como el SIDA, a través del tema de La rosa enferma, de 1993. Creó, con su serie de obras tituladas Niágaras, candorosas conversaciones imaginarias entre sus más cercanos amigos, parientes e ídolos de la cultura pop, como imaginó una sutil y casi abstracta sublimación del suicidio colectivo en su serie de Masadas, a partir de un drama real: la masacre en Guyana, en 1978, donde murieron cerca de 914 fieles de la secta El templo del pueblo. Con esa casi secreta manera de abordar el sufrimiento humano en un contexto que dejaba muy poco lugar para el dolor, Obregón se convierte sin duda en una figura fundamental del arte durante la segunda mitad del siglo XX venezolano”.

Obra hermosa, sensible e inteligente, la de Roberto Obregón se dificulta encasillar. No responde a tendencia específica alguna aunque se pudiera ubicar entre las que rompen parámetros e inician caminos. Poético como pocos de su tiempo, su lenguaje creador permite leerse como un alfabeto de inteligible universalidad. La rosa en sus múltiples e infinitas variantes y más vigente que nunca, símbolo casi icónico que hizo propio, pudiera tomarse como emblema de los tiempos convulsos que vive actualmente la humanidad.

 

MIGUEL GARCÍA, Miguel. (Diciembre, 2014 – Enero, 2015). Roberto Obregón. DecoNews #105, año 19. Páginas: 250-254 y 256. Sólo texto: 250.

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