Las formas geométricas y líneas concebidas por el artista visual venezolano Elías Crespin están destinadas al vuelo y al movimiento. Como si de una coreografía se tratara, se sincronizan para hacerse ola, alma, pensamiento… para sumir al espectador en un vacío donde sólo reside la aparente ingravidez.

Crespin, quien nació en Caracas en 1965 y vive en París desde 2008, utiliza la alianza y la comprensión de las fuerzas más reales (e ineludibles) de la física para elaborar obras que apuntan a lo esencial, casi a lo onírico. La crudeza de la ciencia exacta es puesta al servicio de sus proyecciones estéticas.

Con una formación académica vinculada a la informática, este artista con 14 años de trayectoria halló en lo cuantitativo la herramienta para edificar un discurso visual cargado de musicalidad. En sus piezas, varas delgadas son sostenidas por  hilos de nylon conectados a motores que responden a una programación computarizada. Así, con precisión de relojista, Crespin las hace oscilar a su antojo en el espacio. Subir, bajar o girar a expensas del asombro de quien las observa.

Una de sus esculturas electrocinéticas, como las llama, se  exhibe actualmente en la Galería Espacio Monitor del Centro de Arte Los Galpones, como parte de la muestra Visión constructiva. Además, sus piezas integran las colectivas Círculo y cuadrado, inaugurada en París este viernes, y otra que será instalada en Bruselas el 21 de abril, titulada Todo el mundo está loco, menos yo. Por si fuera poco, este creador venezolano fue elegido para asistir a Ecuador a la Bienal Internacional de Cuenca 2016, a celebrarse en octubre.

Geometría en las venas

Hijo de una pareja de matemáticos, Crespin recuerda  que sus primeros acercamientos al tratamiento del metal y de las formas los recibió de la mano de sus abuelos, los artistas visuales y maestros  del diseño gráfico en Venezuela Gego y Gerd Leufert. “Yo doblé mis primeros alambres cuando iba los jueves por la tarde a visitar a mi abuela. Ella nunca me impuso nada sobre el arte, pero los dos me permitían que los acompañara cuando creaban”, relata en una conversación telefónica desde su estudio en París.

Aún así, Crespin asegura que en su juventud era la arquitectura y no el arte la carrera en la que deseaba desarrollarse a futuro. “De hecho, no fue sino hasta cuando hice mi primera obra y me invitaron a participar en mi primera exposición (en 2014 en Cabudare, Lara) que supe que lo que hacía podía considerarse arte”, relata Crespin.

Para entonces, este creador ya había coqueteado con las matemáticas y la programación digital, desde incluso antes de cursar sus estudios científicos en la Universidad Central de Venezuela. En  ese momento manifestaba especial interés por  los programas que generaban formas geométricas. “Siempre he sentido fascinación por el movimiento y ahí lo conocí a través de la incorporación de variaciones en el tiempo con la computación”.

Con todo, Crespin asegura que uno de los episodios fundamentales que le hicieron transmutar su interés  matemático hacia lo estético surgió en un momento de deleite frente al arte.

«En mi época de estudiante tuve relación como espectador con los espectáculos de la compañía Danzahoy. Recuerdo una pieza en particular que me dejó impresionado, se llamaba El jardín de los misterios, de Jacques Broquet. Esa obra de danza contemporánea me inspiró y me dejó asombrado por  los movimientos y las rupturas de simetrías. Mis obras tienen mucho de la danza».

¿Cómo relaciona a la geometría (con su eventual rigidez) con la libertad de la danza contemporánea?

Un brazo es algo rígido, con huesos, pero es capaz de crear algo suave y armonioso al bailar. Pretendo eso con mis figuras: Pienso que sus movimientos pueden ser el recuerdo de cuando el alma todavía no estaba en el cuerpo sino flotando con esa suavidad, y al alma la relaciono con las ideas.

Para representar esas ideas, se vale de programas matemáticos. ¿Cómo le acercan los números a sus intereses artísticos?

La matemática me dio una herramienta para definir los movimientos de mi danza, porque la matemática permite representar la realidad. A una mesa, por ejemplo, la puedes recrear por sus medidas. Cuando yo creo, lo hago inspirado en una intuición estética desde lo numérico. A veces, en la composición de la coreografía paso de un movimiento a otro, o una variación no me convence y tengo que ajustar las cuentas.

Entonces, ¿hasta la matemática es falible cuando se enfrenta al arte?

No, las matemáticas no fallan nunca. Ahí lo falible no es ella sino yo. Puedo programar la campana de una curva, pero puede ocurrir que no sea la indicada en el baile que busco.

Un país, una obra

Aunque reside en la capital francesa, Crespin asegura que la ciudad de la luz no ha condicionado su creación más que en, tal vez, la facilidad para hallar los materiales que utiliza. “Mi obra conserva su venezolanidad: la influencia de Gego, de (Jesús) Soto, de (Carlos) Cruz-Diez”.

Recuerda que la contemplación del Cubo virtual de Soto en el Museo de Bellas Artes en 2002 le activó la noción práctica de unir sus inquietudes en una obra. “Ahí pensé por primera vez que tenía algo interesante en mis manos si lograba unirlo”. Sobre Cruz Diez, resalta su apoyo en la inducción del color en sus piezas, así como su noción, dicha en una entrevista, de que “en la sociedad nos hemos vuelto sordos visuales y ciegos auditivos”. “Percibo en mis piezas  música visual”.

Ansioso por realizar una individual en Venezuela, Crespin confiesa: “A veces, contemplo mis obras y veo cómo formas distintas se pueden sincronizar en algo armónico, esa es mi añoranza cuando pienso en el país”.

 

Fuente: http://www.eluniversal.com/noticias/cultura/ingravidez-elias-crespin_249001#eu-listComments

 

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16 cuboides, 2014 (detalle)