Cuando uno habla con el artista plástico Marco Maggi entiende, de manera definitiva, que la revolución que sí vale la pena está al alcance de todos porque es ínfima y lenta. Maggi ha estado en Caracas varios días para presentar su muestra Piano Piano

 

La última Bienal de Venecia (2015) tuvo como curador a un hombre con una obsesión: que las artes reflejen las injusticias, los problemas del mundo.

Bien. En esa Bienal, el uruguayo Marco Maggi —un compendio de su trabajo puede verse actualmente en Espacio Monitor, de Los Galpones— hizo lo opuesto: en vez de dramatizar CNN en una gran bienal, hizo un lugar sin nada, donde era imposible ver nada… salvo que el espectador frenara, se detuviera y se acercara a diez centímetros del muro. Y ahí surgía, en blanco sobre blanco, una enorme cantidad de información. Planos de información. Maggi estuvo setenta días trabajando en ese espacio, a catorce horas por día. Y no había la menor capacidad de brindar soluciones, de quejarse, de tratar de plasmar claves para que las personas descubrieran algo en concreto. La idea era, más bien, descubrirse.

Marco Maggi tiene sus particularidades, y es aconsejable ponerle atención. Frenar ante él, por decirlo a su modo. Por ejemplo, dice que la tecnología es maravillosa porque permite a las personas ir cada vez más lento (¿??!!!).

Parece una paradoja, ok, pero, según él, «nuestras tareas son lentas, y hay una tendencia [en la actualidad] como con todo lo nuevo. Cada vez que aparece un adelanto cultural se produce una obsesión por competir con las características del medio nuevo. Ahora la obsesión es la velocidad, y sin embargo creo que la tecnología es una invitación a la lentitud», dice.

La gente debe aprovechar Internet para ocuparse de lo que tiene cerca. Se pone de ejemplo él mismo: trabaja en computadora y ahorra viajes, idas y venidas al banco o al correo. Esto que venía a hacer en Caracas fue visualizado a distancia. «O sea, la tecnología me ahorró dos semanas en este viaje».

Sin embargo, no tiene la menor vinculación con las redes sociales. Ni siquiera opinión (en realidad sí la tiene, como puede verse más adelante).

Considera un privilegio poder dedicarse a lo que se dedica, esta posibilidad de ejercer la vocación como trabajo cotidiano es algo que aprovecha al máximo. Vive en un lugar sin intromisiones, donde no hay tentaciones, y sin embargo cerca de Nueva York.

 

SOBRE LAS INFLUENCIAS

Hay artistas con los cuales se ha identificado, como Mondrian, y su admiración puede detectarse en su Colección Ted Turner, cajas de plexiglás. La primera exposición con estas cajas se llamó Del ADN a la CNN, o sea, dos informaciones que no se entienden. Son cortes sobre reproducciones de artistas que a él le interesan, mostrando, como quien dice, la cara al otro lado de la impresión. Además de Mondrian, Andy Warhol, pero también Gego, Cruz-Diez, Soto. Su relación con Venezuela viene por ahí, y por sus encuentros en galerías o ferias del arte con Luis Miguel La Corte, director de Espacio Monitor, y Miguel Miguel, curador y crítico.

 

OPINIONES SUELTAS DE MAGGI

  • Facebook es una especie de sicoanálisis colectivo que no llega a ninguna conclusión, y uno toma interés por gente que no conoce pero te muestran fotos que sacaron en tal o cual lado. Nada importa. Fotos que nadie tiempo para ver. Es una forma de apropiación en tiempo record.
  • Todo lo que sea escrolearzapping. En vez de dispersión, hay que buscar foco.
  • Siempre me interesa la relación de las artes visuales con el tiempo, es una característica: el dibujo, la pintura, la escultura. Las artes visuales, generalmente vinculadas al espacio, tienen como característica única, frente a las demás artes, que deja al que mira libre en el tiempo. Las canciones, las obras teatrales, las óperas, las películas, imponen un tiempo. No se puede escuchar una canción en 20 segundos, o una sinfonía en tres minutos. Pero una escultura la puedes mirar en un segundo o durante seis meses.
  • Le interesa el trámite de leer una superficie. La sala es un parque, y el espectador debe estacionarse.
  • De alguna manera, con el pesimismo y la exaltación del pesimismo, se descarga culpabilidad. Hay artistas que se benefician mucho de promocionar enfermedades. La denuncia permanente. Es muy bueno que haya denuncia, pero creo que el arte, como instrumento, es para otra cosa. Yo viví en Estados Unidos la era Bush y entonces era muy notorio. Muy obvio, como estrategia, que una mala noticia solo se soluciona con una noticia peor, y así sucesivamente hasta un nivel pornográfico: se destruía el empleo, se destruían las pensiones de la gente, las universidades, la guerra… Un día eran 32 muertos, al otro lado 68 muertos en Irak, en Afganistán: llega un momento en que uno no tiene capacidad de  imaginarse eso ni ponerse en el lugar del otro… Es una cosa que ya no importa nada. Esa sensación de permanente melodrama es una pasión actual. Lo que creo es que no hay un espacio de arte blindado ante eso: crear otras reglas, otro protocolo, otro ritmo, otra distancia. Ahí está lo político. No en los temas que ya tenemos afuera todo el tiempo.

 

LA CALIDAD DE LA INFORMACIÓN

Antes se decía que si un perro muerde a una persona, no es noticia; pero que si un hombre muerde a un perro, sí lo es. Hoy no basta con eso: hay que comerse al perro entero. Ese exceso de melodrama al que estamos sometidos, la preferencia por la información dramática, la sensación de que todo se juega a gran escala y que uno en realidad no participa de nada, de que la actitud de cada uno tampoco cambia nada… Eso lo que hace es desestimular, paralizar. El icono perfecto de la censura en el siglo XX era la tijera, porque lo que hacía era recortar información. Hoy es la misma censura, pero en vez de recortar, sumerge. Te masacra con la cantidad: todo está perdido, no hay nada qué hacer.

De modo que Marco Maggi no quiere hacer obras ni eventos que amplifiquen eso. No quiere que la gente, cuando vaya a ver su trabajo, salga peor de lo que entró, con menos ganas de formarse, con menos ganas de querer cosas o personas: «Me parece que el pesimismo tiene mucho prestigio académico pero es un prestigio que yo no voy a tener nunca. Soy optimista radical», afirma.

 

ALFABETO AUTOADHESIVO

Trabaja siempre con series paralelas, combinándolas como si fueran abecedarios, con diferentes tipos de materiales, de superficies, de escalas.  En Piano Piano —así se titula su muestra actual en Los Galpones— hay obras de varias series y uno ve cómo elige soportes obsoletos: los laterales con huequitos del  papel que antes usaban las computadoras, marcos de diapositivas. «Soy un artista superficial porque me gustan mucho las superficies», declara.

En Espacio Monitor se han dispuesto tres paneles de fórmica sobre muro blanco. En Venecia era papel blanco sobre muro blanco. Acá es papel blanco, gris y negro sobre muro y sobre panel, en forma intermitente. E intervenciones sobre las cuatro columnas de la sala, pues ellas definen tres espacios intermedios.

¿Un alfabeto autoadhesivo? Conforme el espectador se acerca o se agacha —hay algunas láminas de cartón pintado de amarillo en el piso, en grupos— admira la precisión, la capacidad de volver significante lo que no aparece a primera vista o luce  insignificante.

¿Qué tiene él que decir a esto? Pues que es un tema de foco, de tiempo, de práctica; y cuando se le pregunta sobre el pulso firme y a la vez delicado que ha de poner en práctica manipulando tanta miniatura, dice que «siempre trabajé  con mucha atención, en escala micro, como borrando el mundo.  No es solo cuestión de pulso y precisión, sino del tiempo… La forma en que se monta esto es exactamente igual que escribir una carta. Tengo una idea de qué carta quiero escribir, pero no  hay proyecto ni esquema ni nada. Va fluyendo, es más parecido a escribir o bailar».

La revolución está al alcance de todos porque es ínfima y lenta.

 

Fuente: http://www.hableconmigo.com/2016/05/20/en-vez-de-dispersion-foco/